26.8.09

PROFEPA y los malos mexicanos




para Antonio Lazcano.
Gente proba y eficiente. Deberían haber mas como él


Las selvas, los bosques, los animales y las plantas que hacen de México uno de los países con mayor biodiversidad del mundo, están amenazados por intereses económicos que consideran a la vida silvestre en una zona de poca importancia, a la hora de planear el “desarrollo” del país. Pero especialmente, la amenaza reside en que los recursos de todos los cuidan los mexicanos. Y no pretende esta expresión comenzar una discusión chovinista o de malinchismo, sino de consideración responsable de los que somos y no de lo que suponemos ser.

A pesar de que en 1992 se creó la Procuraduría federal de protección al ambiente [profepa], para que los intereses particulares no depredaran la riqueza natural de todos, ésta -a pesar de su juventud – tiene reumas y achaques más graves que los de un anciano obeso, cuya alimentación y salud ha sido mala y su deterioro sistemático, eficaz. Si en la Profepa deben correr, prefieren ver los acontecimientos como espectadores, esperando que sea el menos malo de los resultado del asunto, para luego racionalizar y justificar el asunto. Y donde hay tiempo para actuar, tiene la agilidad del anciano citado en una competencia de vallas.

Para muchos conocedores del tema y a más de 15 años de su creación parece que la Profepa ha carecido del sentido social y ambientalista sustantivo, pues se ha entregado la titularidad de ésta, a personas que ambitan en el poder público, y cuya encargo exhibe más el ánimo de ensanchar las ligas del poder mismo, sin tener las características de personas medioambientalistas o científicos, que dar a este monstro burocrático, el sentido atlético reforestador o velocista cuidador de fauna.



En el interior de este gran aparato ve uno a los empleados correr como conejos de Alicia en el país de las maravillas –tiene prisa y no van a ninguna parte- generando amplios pagos de nóminas, telefonía, combustibles, enseres de oficina y tecnológicos, entre otros, sin entrañar confianza a la ciudadanía, por sus tareas de cuidado al medio ambiente. Y me sumo a la percepción generalizada que expresa que Profepa no tiene acciones contundentes. Al menos no trascienden y ello refleja el anquilosamiento prematuro de la instancia.

Siendo esto de suyo grave, habría que considerar este asunto desde la mira individual, comenzando con Patricio Patrón Laviada, actual titular de la Profepa, y quien como gobernador de Yucatán fue denunciado ante esa misma procuraduría en 2004 por autorizar la ampliación de una feria ganadera y artesanal que derivó en la tala de 40 hectáreas de árboles de la reserva ecológica de Cuxtal. No conocemos la parte oficial del gobierno de este funcionario, que explique las razones de su decisión y de entrada podríamos prever una explicación “sensata” al respecto. Sin embargo, en la lógica de que los gobiernos cuidan el patrimonio general, una actitud de “planeación” como ésta, se sustrae del espíritu de cuidar el patrimonio general aludido.

En este mismo sentido, se encuadran los anteriores directores: el ex presidente del PAN en el DF, José Luis Luege Tamargo, y el ex gobernador de Querétaro, Ignacio Loyola y no recuerdo a los anteriores, pero no hay uno que recuerde que disponga de un mediano prestigio al respecto.

Es una tristeza que la Profepa sea árbitro entre los intereses políticos y económicos y en algunas ocasiones populares, en lugar de ser un garante defensor del medio ambiente. Es una lástima que quien encabece la institución no disponga de una trayectoria y preparación que garantice ese principio. Tienen razón los que dicen que no es de negro sino de verde, como debe vestirse al procurador. Lamentablemente prefieren la corbata, la oficina con clima, el vehículo confortable y los abrazos sonorísimos en los pasillos del poder

Pero también es cierto que la depredación de especies naturales se viene dando en forma masiva e irracional desde hace más de 100 años. Es decir estoy de acuerdo de que hoy los malos son los panistas y ayer fueron los priistas, y si tuvieran oportunidad los perredistas lo harían igual o peor, si no pregúntenle a su secretaria del ramo del peje AMLO. No es un problema de ideología o de geometría política, ni creo que exista una intensión malvada o perversa del “gobierno” al respecto. Solo se reinventa un fenómeno que convenientemente no queremos ver la extraodinaria cultura de corrupción mexicana.



Si bien existen muchos negocios en el tránsito de acciones de lleva la Profepa, no es un asunto de gobierno como tal, sino de falta de escrúpulos, de falta de probidad y de corrupción de quienes participan en el gobierno. es Decir de los mexicanos en turno. Hay quienes dirán que solo los jefes transan, pero desestiman la complicidad de mando medios y menores, que sacan provecho, y pero aún, omitimos que se requiere de muchos actores para evadir la ley. Y luego, tampoco creo que los que señalan están en inmaculadas condiciones de gritar: corruptos. Cuando el mexicano promedio es corrupto.

Si ayer criticábamos a priístas hoy lo hacemos con panistas y perredistas, ejercitándonos en el más destacado deporte nacional: es asumir indefensión y pubertad social y responsabilizar a papá gobierno por ser malo y arbitrario. Dejamos de considerar que entre la ciudadanía y el gobierno existe un vínculo fortificado por la historia común. Un vínculo ineludible y que quisiéramos no ver, pero que ahí está: nuestra idiosincrasia.

México es, lo que son los mexicanos: Aprovechados, acomodaticios, faltos de solidaridad, cargados de influyentismo, compadrazgos, irrespetuosos con la reglas, abusivos justificadores de lo injustificable y llorones cuando conviene. Por eso cuando cualquier mexicano, del centro, del sur y hasta del norte al accede al poder público se comporta como ha sido siempre: corrupto y saca provecho de los privilegios de gobierno.

Supongo que habrá los que digan yo no soy así, pero la realidad es que los mexicanos somos así. Por eso nuestro país está como está. Es la sociedad la que consolida al gobierno y no lo contrario. Y si, es un acto de pubertad social pensar lo contrario.