Con el perfeccionamiento priísta de un sistema vertical de transmisión del poder público, que consolidó el estado monolítico cuasidictarorial, y estableció férreas reglas tácitas y subrepticias: si te mueves no sales en la foto, gran parte de la generación actual entendió, o quiso entender, que esa era la forma de ejercer el poder y que ese era el canon.
El presidente de la república no solo palomeaba las listas de diputados y senadores, sino que decidía quien iba a gobernar tal o cual estado. Su poder omnímodo le permitía incluso cambiar o quitar gobernadores a conveniencia, o como castigo por insubordinación o intentona de motín.
Con la llegada del presidente Vicente Fox, el hiperpresidencialismo acabó – hay quienes dicen que desde la segunda mitad del gobierno del presidente Zedillo, esa condición de tlatoani había fenecido – y con ello amplios manuales para entender o aplicar el poder, acabaron en el cesto de basura. Es por ello que nuevos manuales regionales y locales debieron escribirse con rapidez, para aprovechar los retazos que barría en Los Pinos, la nueva camada de políticos de derecha.
En un artículo reciente, Jorge G. Castañeda y Héctor Aguilar Camín describen el nuevo poder de gobernadores independientes como “feuderalismo”, es decir, un federalismo fiscal y político de feudos locales, de virreyes poderosos que rinden pocas cuentas
Y uno de los retazos desechados en Los Pinos que fue finamente aprovechado, es el que reproduce el poder presidencial de antaño, solo que ahora con cita en los estados. Los gobernadores se constituyeron no solo en un nuevo grupo de facto que negociaba en un plano distinto con el Presidente de la república, sino que ahora sacudía las manos, refrescándose, para oxigenar la marcas y señas de antiguas ataduras empezar a decidir -al más puro estilo de las presidencia priístas- su derecho de pernada para escoger a nuevos alcaldes, legisladores locales y golpear la mesa nacional, en la que se escogían a los candidatos a legisladores federales o a su sucesor.
Los gobiernos estatales tienen mano para escoger candidatos y entres las mangas, los ases de la auditoría, de la intimidación o la sola instrucción para decir; este sí, este no. Los ciudadanos por su parte tienen un poder colectivo para hacer caso de la recomendación o conminación, si el juicio se abre camino en este marañal electoral. El ciudadano, con su voto razonado podrá acotar los viciosos atavismos heredados del priísmo ominoso. Votamos con optimismo porque lo haga.
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