La tragedia privada del ciudadano Diego Fernández de Cevallos, afecta a todos. No es que defendamos al político que ha hecho del barrunto y la tormenta su base para proyectarse y vivir, ni pretendemos obviar que el jefe ha usado sus influencias para ganar al propio gobierno -del que se debe en gran parte-millones y millones que más que oficio de abogado, su talante semeja más al del mafioso y del cacique.
Sin embargo lo que le pasa a él en este momento, le sucede al Estado, y lo que le pasa al Estado nos pasa a todos, como bien dice el analista Antonio Navalón. Porque, detener a un hombre poderoso constituye una señal de un estado, si no débil, si debilitado por una guerra que antes no conocíamos. Que detengan a Diego Fernández, posibilita casi a los secuestradores o asesinos tomar lo que quieran y hacer de este país su patio de juego. Con ello los ciudadanos que nos ganamos lícitamente nuestra comida, quedamos en un campo ingrato: la indefensión.
Aún no se han calculado del todo los efectos y los alcances de este secuestro, pero sí sabemos de su efecto desestabilizador. Muestra ahora, más que nunca, que el Estado es débil ante el pillo, y note cómo no decimos el gobierno. Porque hacer de esta patria un mejor lugar para vivir, no es un asunto exclusivo de gobierno y sí, de Estado.
Para muchos este secuestro es la segunda entrega de un golpe de Estado. El primero fue en 1994. Este medio no coincide con el calificativo de golpe de Estado, aunque ve con tristeza que las características le semejan bastante.
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