25.9.08

Principio y Fin

Para Pablo y Helena



Por diversas razones el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York es un atentado contra la sociedad humana. Desde hace muchos años Nueva York se ha convertido en señal de la sociedad a la que aspiramos donde credo, raza y nacionalidad sea un referente cualitativo y no determinativo de segregación o menosprecio.

Nueva York, ciudad polícroma y luminosa, la nueva Babilonia donde las lenguas se encuentran, culturas convergen y el sincretismo tiene justa cabida, está geográficamente en Estados Unidos, pero no es Estados Unidos. Es territorio libre en medio del mesiánico estado prodigador de libertad a punta de balazos; es un Oasis de espléndida convivencia cultural entre la mojigatería hipócrita norteamericana.

El derrumbe de las Torres despierta una profunda tristeza por la destrucción de un símbolo de nuestra Babilonia. - Las puertas de entrada a Babilonia eran de un azul tan hermoso como el cielo que se repite en cada toma de los avionazos contra las Torres –. Cada toma de video hecha durante el atentado muestra el cielo azul babilónico. La reminiscencia es ahora tan dolorosa por lo que se pierde con la destrucción de estos edificios, cuyo simbolismo acusaba el cosmopolitismo de una sociedad moderna.

Lamento que no me duela mucho la pérdida humana. Será porque no me subyugan las células de la especia humana sino el fruto cultural de la misma. La destrucción de una de las imágenes visuales obligadas de Nueva York me lastima tanto, como lastima a muchos la pérdida de la biblioteca de Alejandría donde se perdieron para siempre, obras originales de Aristóteles, Eurípides y de Cicerón.

Haber destruido esa biblioteca o ahora las Torres representa el desprecio a las muestras tangibles de la magnificente y gloriosa inteligencia del hombre. Las Torres eran símbolos de lo extraordinario que puede ser nuestra civilización. Monumentos de culto al conocimiento humano. Pensar en la cantidad de inteligencias ricamente cultivadas necesitadas para edificar ese proyecto futuristas regalado al pasado –futurismo: signo que mejor distingue a los humanos –. Haber visto su destrucción lástima a los ciudadanos del mundo pues la globalidad nos ha enseñado entre otras cosas que el que el conocimiento y los frutos de éste no tienen nacionalidad o fronteras. Lastimar a Nueva York a través de la destrucción de uno de sus símbolos mas emblemáticos es lastimar el patrimonio cultural de cualquier hombre actual y es robar a los hombres de mañana un referente de civilidad. Lastimar a Nueva York es quemar hoy Los girasoles de Van Gog; es esparcir ácido en la Capilla Sixtina; es dinamitar La esfinge o acabar a martillazos a La princesa X de Brancussi.

La Destrucción de las Torres es el triste encuentro entre la estupidez y las mejores cualidades humanas. Cuando uno contempla estos extremos uno termina por detenerse y voltear la vista hacia atrás para preguntarse ¿que hicimos mal? ¿Como explicar el fundamentalismo, el radicalismo social en esta sociedad ya reconocida como del conocimiento? Que burla.

Si fueron la Árabes, aún atendiendo las peculiaridades de su religión y devoción, cómo es posible que los inventores de nuestro código numeral, del ábaco, del lente curvo, -cuyo efectos han permitido entre otros, ver más allá de nuestra galaxia- pudieron llegar a estos extremos delirantes y esquizoides. Olvidar que no son los únicos que razonan ni tiene la verdad asida, es de sí una lamentable falla social. Y si fueran otros estoy seguro que también han contribuido al estado actual de la ciencia y el conocimiento. ¿Como pudimos llegar hasta ahí? Que tristeza.

Quisiera pensar mejor que los atentados se deben en una teoría perversa menos triste: que fue un auto atentado perpetrado por la industria armamentística gringa que ha dejado de tener enemigos reales, como los rusos, los japoneses o alemanes y ahora busca a un nuevo combatiente que permita mantener el negocio de producir armas, y usarlas. Es el fundamentalismo mercantil norteamericano que no se detuvo a matar a John F. Kennedy, de masacrar a campesinos de Vietnam, Bangkok y Corea. El mismo fundamentalismo que entrenó Osama Bin Ladem, que coadyuvó con la muerte de Allende en Chile y que en México alentó a Huerta para sacrificar a Madero. Prefiero pensar ello, ha admitir que la paciencia de algunos pueblos del mundo ha llegado a su fin, ya que ser así ya poco queda por hacer.

Debemos comenzar a acostumbrarnos convivir con los resentimientos y los resabios de quienes, la violencia cotidiana alimentó una furia viceral, incontenible, cuya regla será ojo por ojo. Ojalá esté preocupado en demasía porque si no, nada habrá valido la pena de lo bueno hecho hasta ahora.

Septiembre 12 de 2000 .